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lunes, 26 de septiembre de 2011

FANTASIA O REALIDAD QUIEN LO PUEDE ADIVINAR - RELATO CORTO (2ª parte))

Continúa

Se saludaron afablemente, haciéndose mutuamente las presentaciones, cosa de la que yo no había tenido tiempo aún por el éxtasis en el que había entrado y como si se conocieran de siempre mi esposa le ofreció sentarse en la mecedora de columpio invitándole a tomar lo que quisiera.
Sentadas ambas frente a mí, no se percataban, por lo despreocupadas que estaban, de sus vestimentas. Mi querida esposa también estaba en deshabillé, totalmente ligerita y por supuesto igualmente se la evidenciaban todas sus lindezas que en nada quedaban atrás con respecto a las de la visitante, pues si ésta es un dulce caramelo, aquella es un buñuelo requetesabrosón.
Así que con aquella hermosa visión estaba en los cielos del más de los plausibles placeres, por supuesto dirigiendo con más frecuencia mi vista hacia la desconocida por eso de ser desconocida y picarme más la curiosidad.
Ya era totalmente de noche, noche limpia y clara, iluminada por la gran luna que reflejaba su luz y que con sus rayos destellaba en los cabellos de ambas, una rubia y la otra morena.
Pobre de mí, que con tal ensueño estaba por encima de los máximos grados de temperatura que un humano puede aguantar sin sufrir espasmos. Mi termómetro había subido hasta la más alta cúspide, queriendo estallar en explosión plural y que con mi timidez intentaba ocultar sin encontrar posición en la que sentarme.
La charla se hizo cada vez más amena y sin premeditarlo, mucho más íntima. Ambas estaban en su salsa, con risas, carcajadas, chistes, chascarrillos y entre tanto y tanto cambio de posición de sus piernas descabalgándolas y cabalgándolas una sobre la otra indiferentemente y con total despreocupación, me permitía atisbar sus íntimas hendiduras que hacían aún más que mi termómetro subiera y subiera. Pero sus gestos y agitaciones no terminaban ahí, en el estertor de sus carcajadas y el movimiento pendular del columpio, el vaivén de sus pechos bajo aquellas gasas volátiles y con descomunales escotes se asomaban cada vez más oteando el exterior de su liviana prisión.
De pronto a mi queridísima esposa le surgió la necesidad de poner música de fondo para amenizar mejor la conversación y comenzó a sonar “Hevia”, con su ritmo, su dulzura, su alegría y su melodía. Aquellas notas entrelazadas de gaita, violín, flauta, guitarra y percusión alegraban el espíritu y añadiendo al sentido del oído la sensación visual de aquellas dos musas, mi espíritu ascendió a la estratosfera, ¡qué digo! ya estaba fuera de la galaxia perdido en el espacio de la imaginación.
Cualquier sueño, cualquier pensamiento onírico no tenía nada que ver con aquello, no se acercaba ni a lo más remoto de la realidad que tenía frente a mí, y yo, entusiasmado con la situación, extasiado por semejantes bellezas, por la armonía de sus formas, por la dulzura de sus movimientos, por las displicencias de su naturalidad, por la dejadez de sus recatos, envuelto todo aquello por la luz plateada de la inmensa luna y las notas musicales que pululaban en el ambiente ¡Qué placer!, no lo podía creer.
De su conversación en la que yo apenas medié, salvo para asentir con alguna sonrisa forzada o con un gesto de comprensión, me fui enterando de su nombre, de su situación, de su estatus, de sus preocupaciones, en fin, de los detalles de su vida, muchos de ellos íntimos. De cómo pasaba muchos días sola por los viajes de su marido, de cómo se sentía cuando él no estaba, de la compañía que le hacían sus cuatro perros, del amor que sentía por la naturaleza, de su pensamiento y forma de vivir liberal, de sus inclinaciones políticas, de sus discrepancias con creencias sin justificar, en fin, de su ternura, de su clase, de su melancolía, de su  inquietud.
Continuará     ©Carpin - 22 / 09 / 2011

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